Regalos que no tienen precios


Diciembre es conocido por la nieve, los regalos y las fiestas navideñas. Las calles y casas son decoradas con luces y adornos de diferentes colores. En doquier, la gente habla de todo un poco, desde con quién van a pasar las fiestas hasta quién va o no va a recibir un regalo.

Es también en estos tiempos donde los comerciantes hacen lo imposible para colarse en las vidas de la gente. Hacen grandes promociones por todos lados, convenciendo al consumidor que aún no lo tiene todo. Por esto mismo, las calles, los almacenes, las tiendas locales y cibernéticas son repletas por todo tipo de personas. En este corre-corre el dinero parece no ser el problema. El problema sería olvidarse comprar el regalo para el tío, el primo, y el bebé del vecino. Si el regalo es olvidado, ¡ay! ¿qué dirán de mí?

Ese es el pensamiento de muchos. Hacen largas listas de lo que quieren regalar y a quién. En las tiendas, el efectivo pasa a segunda mano porque las tarjetas de plástico lo pueden reemplazar sin ningún problema. Muchos disfrutan del gaste-gaste y a veces sin medir el bolsillo.

¿A caso nos hemos olvidado del calor de un abrazo? ¿Del valor de una sonrisa? ¿De la dulzura de un minuto compartido en familia? ¿De la importancia de una palabra de amor?

Es la realidad. Somos materialistas. Por seguir la corriente popular, nos olvidamos de esos regalos que no tienen precio. Los comerciantes nos lavan el cerebro convenciéndonos que entre más grande y más caro sea el regalo, es mucho mejor. Por esto mismo, sacrificamos el poco dinero que tenemos y compramos lo que pensamos que va a satisfacer a las personas que tenemos en la lista. A veces, hasta gastamos lo que no tenemos.

No hay nada de malo en comprar un regalo. Lo malo está en no saber distinguir entre el precio y el valor de las cosas. Hay que entender que, algo que cuesta más, no siempre vale lo mismo. El precio no define el valor. El precio es una cifra fija; el valor es la calidad e importancia que se da. El valor está en la intención y satisfacción de comprar y dar. Por esto, muchos prefieren dar que recibir. Sin embargo, hay que ver más allá de lo tangible.

¿Qué tal si dejamos de comprar ese UHDTV de quinientos dólares y lo reemplazamos por una hora para compartir con los padres? ¿Qué tal si dejamos de comprar el videojuego Halo, Call of Duty, o cualquier videojuego popular de sesenta dólares para darle un abrazo al hijo y decirle lo mucho que lo ama? ¿Qué tal si nos desconectamos de todos los equipos eléctricos y visitamos a un amigo?

Éstas son cosas simples que pueden transformar la imagen distorsionada del verdadero significado de la navidad o el día de los Tres Reyes Magos. Hay que tener en cuenta que no es tanto de los regalos, de las luces, de las decoraciones en las calles, en las casas y en las tiendas, sino el tiempo que compartimos con nuestros seres queridos; la entrega en un abrazo; la dulzura que existe en una sonrisa; la alegría de hacer o decir algo con amor, el nacimiento de Jesús en nuestros corazones…

No dejemos que en estas fiestas navideñas, las corrientes populares nos roben la bondad, la humanidad y la sincera amistad que aún tenemos.

Despertemos del materialismo y del consumismo. Seamos conscientes de que el valor de las cosas, superan el precio de ellas mismas.

Con esto dicho, les deseo unas felices fiestas, esperando que Dios nos llene de muchas bendiciones.

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